lunes, agosto 01, 2005

Recordando la primera Tertulia






Tertulia en La Comarca de los Poetas
Hernán Narbona Véliz
29 de Abrl de 2005

Fue sin dudas una ocasión especial. Porque para organizar esta tertulia literaria del 29 de abril en mi casa, había tenido como cómplices a Lucy Calvo, a Roberto Sapiains, a Iris Santibáñez y a León Santoro Funes. Con todo lo imprevista y puntual que suele ser la muerte, este último amigo no pudo estar con la disertación en homenaje a Cervantes que preparaba y por ello, la velada tuvo el aire de una despedida, de un velorio cantado en poesía, de pinceladas de amistad postrera. Como ese sentido poema que le dejó a León, Juan Meza Sepúlveda, el poeta que canta sus sueños desde la meseta de Rodelillo y que representó en la velada a la Sociedad de Escritores de Valparaíso. O el poema con que Alfonso Larrahona se despidió esa noche en el que se plantea frente al final de la existencia diciendo: “... ¿me valdrán, Señor, estas dos manos, ya cansadas de dar? ¿Valdrá mi grito?...” “...Cuando caiga, Señor, como un villano, vagaré por tus ojos infinitos”.

Sentí que Valparaíso acusaba el golpe y exigía que apuráramos el paso en el rescate de la actividad cultural, desde las letras. Sentí que se nos exigía abrir las puertas, resignar las pequeñas pertenencias gremiales para conocernos transversalmente, o más bien reconocernos y reencontrarnos en nuestros trabajos concretos, porque la sensación que nos embarga es estar en medio de una tempestad y nuestros brazos son necesarios para amarrar las espías de esta nave que es la cultura, al espigón seguro de la palabra, del pensamiento, de los valores y de la belleza.

Para no ser tragados por la mediocridad ambiental que se ha avasallado sobre las urbes. Fue una sesión distendida, donde despedimos al amigo. Donde escuchamos su voz, su risa, su palabra aguda y certera exigiendo que la clase política hiciera bien su trabajo, que no quería parlamentarios viviendo para el marketing. Se trataba del programa América latina Hoy, en Radio Valentín Letelier, emitido en Agosto de 1990. La validez de esas ideas era total, y lo lamentable es que aquello que León temía se ha dado tal cual, durante los ya quince años de democracia, y hoy nos encontramos sumidos en una sociedad mediática y farandulera, la gente lee muy poco y el gusto por la palabra se va perdiendo. Existe la necesidad de una política cultural diferente, no se trata sólo de repartir fondos concursables, se necesitan medidas de fondo para volver a generar espacios urbanos para que los creadores puedan trabajar, dentro de los barrios, nutriéndose con sus sueños, tradiciones y esperanzas para no ser tragados por la mediocridad ambiental que se ha avasallado sobre las urbes.

Fue una sesión distendida, donde despedimos al amigo. Donde escuchamos su voz, su risa, su palabra aguda y certera exigiendo que la clase política hiciera bien su trabajo, que no quería parlamentarios viviendo para el marketing. Se trataba del programa América latina Hoy, en Radio Valentín Letelier, emitido en Agosto de 1990. La validez de esas ideas era total, y lo lamentable es que aquello que León temía se ha dado tal cual, durante los ya quince años de democracia, y hoy nos encontramos sumidos en una sociedad mediática y farandulera, la gente lee muy poco y el gusto por la palabra se va perdiendo. Existe la necesidad de una política cultural diferente, no se trata sólo de repartir fondos concursables, se necesitan medidas de fondo para volver a generar espacios urbanos para que los creadores puedan trabajar, dentro de los barrios, nutriéndose con sus sueños, tradiciones y esperanzas.

Lucy Calvo, poeta peruana, arequipeña, avecindada hace 16 años en Valparaíso, remató este concepto con su poema La Palabra que en su parte final nos marca: “...hay rabia y desconcierto... Mientras algunos tontos trasnochados en molinos de viento la cabalgan” “pequeñez vagabunda la rodea sin explicar porqué existiendo el agua ha tiempo, mucho tiempo no se baña, con baño de verdad y de bautizo y anda rodando sucia, sucia y envilecida, la palabra”.

La tertulia literaria estuvo enmarcada en esa sensación de orfandad que han vivido los creadores y que se resume en mi poema de 1993, Poetas en Transición, que dejo al final de esta crónica, y que mantiene una dura pertinencia y actualidad. Juan Cameron, destacado poeta de mi mismo barrio y de historia paralela, con quien, extrañamente, nunca había tenido oportunidad de compartir, en la misma tácita sintonía, entregó sus estrofas libertarias, agudas y hermosas, señalando que “el vulgo maestre nos reglamenta el tránsito, el tuerto que se monta a la gallina ciega quiere reglamentar el tránsito, todos quieren reglamentar el tránsito” “... pero, las vacas chocan con las carretelas...” “...y el pobre peatón ya no tiene zapatos”.

Jaime Contreras Páez, profesor, Doctor en Filosofía presentó un sorprendente poema que remeció a la concurrencia. Su trabajo El Altísimo, mostró la agudeza de una pluma intelectual de fuste. La Profesora Dora Miranda, Presidenta de la Agrupación Literaria Regional nos trajo esa dulzura profunda de la Mistral, cantando a los niños de escuelas pobres de Playa Ancha. Poesía dulce, de la tierra, que nos llevó a un homenaje a la Escuela Normal, recordando al profesor Sergio Escobar, que me guiara a los nueve años en el camino de las letras, con una publicación en 1960, Ventanario, Cristal y Luz del Niño. Sergio Escobar fue compañero de Alfonso Larrahona, y ambos sembraron como labradores por muchas generaciones el gusto por la poesía.

Jorge Candia, también profesor hizo una apología a la lengua hispanoamericana, mostrando luego sus dotes de declamador que le han valido un reconocimiento nacional con un recorrido por más de 250 comunas, pueblos y ciudades de Chile. Es así como, en un clima fraterno, se propuso en la tertulia agendar actividades para recordar a otros maestros, como el grabador y poeta Carlos Hermosilla Álvarez, cuando se cumpla este año el centenario de su natalicio.

Otro sello especial que tuvo la jornada es que se realizada en casa de alguien que pertenece al mundo aduanero. El Taller Azul que creamos en la Aduana ha querido rescatar el hecho que Rubén Darío, poeta nicaragüense, fuera un empleado de Aduana en el siglo XIX. Por eso esa noche, éramos cinco colegas aduaneros los que participábamos de la velada. Roberto Sapiains, Eduardo Morris, ambos colegas Administradores Públicos, Oscar Díaz, poeta y PatriciaToledo, periodista encargada cultural de la Aduana de Valparaíso. Oscar Díaz sorprendió con su buena poesía y deleitó a la audiencia con su poema a María.

Otro sello especial que tuvo la jornada es que se realizada en casa de alguien que pertenece al mundo aduanero. El Taller Azul que creamos en la Aduana ha querido rescatar el hecho que Rubén Darío, poeta nicaragüense, fuera un empleado de Aduana en el siglo XIX. Por eso esa noche, éramos cinco colegas aduaneros los que participábamos de la velada. Roberto Sapiains, Eduardo Morris, ambos colegas Administradores Públicos, Oscar Díaz, poeta y Patricia Toledo, periodista encargada cultural de la Aduana de Valparaíso. Oscar Díaz sorprendió con su buena poesía y deleitó a la audiencia con su poema a María. Una invitada señaló al agradecer,
que ella sentía la energía y el olor al poema en esta tertulia.

Realizado el encuentro en esta comarca que une el mundo de las Aduanas, de la Poesía, de la Educación y de la Amistad, constituyó un momento propicio para informar del próximo museo de la Aduana vieja, de su carácter de monumento nacional, y de un próximo homenaje a Rubén Darío, quien escribiera su libro Azul, siendo funcionario aduanero, inspector de carga, en el muelle fiscal de Valparaíso, por allá por 1888, durante el gobierno de Balmaceda. Pero, además de lo literario e histórico, se planteó la urgencia de reponer en la memoria y como parte de ese museo aduanero a las víctimas aduaneras de la dictadura a quienes se adeuda un homenaje, tanto de sus colegas, como de la institución. En la tertulia se dieron momentos de profundo significado ya que estaban presentes Eduardo y OlgaMorris, hermanos de Mario Morris, fusilado en Pisagua.

El corolario de la noche, lo dieron los últimos poemas leídos por Oscar Díaz, Gisella Shellhorn, Jorge Candia, Roberto Sapiains. Fue muy emotivo ver a mi hijo Pablo, de 20 años, presentar en esta tertulia sus trabajos y también lo fue poder presentar a Rosy, mi mujer y compañera, el último poema que le he escrito, Abrázame, mi amor. La amistad, la emoción, la risa y las lágrimas, fluyeron en forma natural y el compromiso de todos, poetas y participantes, fue reincidir en este espacio de reflexión, construyendo y fortaleciendo confianzas, juntándonos en estos espacios porteños que nosotros mismos nos brindamos, haciendo oír nuestra voz, aun cuando el sistema insista en apagarla.

Mi sensación final es que todos necesitamos sacudirnos el individualismo que nos hace inflar fatuas egolatrías, para participar cada cual con sus talentos, en forma generosa y humilde, de cara al pueblo, como parte de él, tal como la comunidad espera vernos a los poetas. León Santoro estuvo presente constantemente y así lo expresaron María Isabel, su viuda, su hija Betty y su esposo. Esta tertulia que iba a ser un homenaje a Cervantes, al elevar la palabra a la noble categoría de las emociones, permitió que cubriera con creces esa expectativa inicial. En lo personal, siento que fue un reencuentro necesario con la poesía, esta compañera omnipresente, que nunca más debe quedar pospuesta para un mejor ocasión.

POETAS EN TRANSICIÓN[i]

Formularon incómodas preguntas…Los interrogados miraron de soslayo…Luego, siguieron en lo suyo, impávidos, proyectando perfiles, asociándose en la ploma cofradía del silencio…

Les habían asignado a los poetas, estos anárquicos bohemios que rayan la pintura de los solemnes jueces, un rol categórico: Voz de los que no tenían voz, faro guía para que navegaran los faluchos en la noche.

Por justo dieciséis los poetas se la tomaron en serio…Sesionaron por largos manteles clandestinos concertaron madrugadas y epitafios. Claro que hubo algunos que prefirieron alardear de herméticos: se tragaron los gritos, se excusaron con crisoles modernistas…

Otros, usando largas botas para el barro, se construyeron palafitos y como los canarios cantaron dulcemente desde sus jaulas…

Pero, los más, se volcaron a cabezazos, a pura tinta y brocha gorda contra los túneles convivientes… Fue por dieciséis, acaso menos, los poetas nunca pintaron sus caras fueron dramaturgos de lo cotidiano. Espartanos gladiadores de la palabra. Todos ellos, escribiendo, actuando, cantando, grabando o esculpiendo, pintando, gritando o murmurando…También vociferaron. Era la tarea social que les imponían.

Y gritaron fuerte. Se tomaron en serio ser voz de los que no tenían voz. Todos ellos estuvieron, a su modo, dándose de codazos para ser vanguardistas. Pero la mayoría, al fin y al cabo en la misma línea…

Se la creyeron: faros. Con la soledad a cuestas como todos los faros. Con rompientes a cada verso, como en todos los faros. Dando a luz esporádicamente, como todos los faros. Sin pretender avisos luminosos para ayudar al gasto de energía, así son los faros... Todavía, al menos, nadie ha publicitado diet cola en los faros.

Poetas, faros, iluminando a tientas los apagones…Y ellos se la creyeron…

Pero, justo a la salida, con la garganta ronca, faltando varios, ignorados, dispersos, sin la más mínima antología, los poetas creyeron que el gran eco de todas las voces les respondería. Que manaría de las montañas una respuesta casi absoluta: el eco rompiendo los tímpanos de las cansadas ciudades. Esperaron, esperaron. En vano reposaron sus espaldas sobre los muros que quedaban. Nada se oía, nadie respondía.


Sólo empezaron a ver las multitudes, sólo percibieron algunos abrazos, unas pocas lágrimas. Y, luego, las carreras, las bolsas plásticas de las liquidaciones y el silencio. Todos pasaron de largo, los escaparates repletos de testimonios se pusieron amarillos. Los trabajadores del arte quedaron cesantes cambiando afiliados de aefepé en aefepé.

No los antologó nadie, los discursos perdieron vigencia Resultó demodé tanta nostalgia. Los silenciosos burócratas de siempre, con su amnésica mirada, archivaron los dieciséis, como si nada.
¡Lástima! Lástima que los poetas se la tomaran tan a pecho."

[i] Hernán Narbona Véliz, Memorias Poéticas y Licencias para un Reinicio, Umbral Editores, 1993.

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